Per Gabriel Alomar Garau
Publicada al Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, 67 (2015)
La publicación del libro Bases para la realización del Sistema Compartido de Información sobre el Paisaje de
Andalucía (SCIPA). Aplicación a Sierra Morena, destaca, en primer lugar, por la
oportunidad que brinda de conocer los resultados de un proyecto de inventario de
recursos paisajísticos de Andalucía. Más allá de las cifras y mapas que
resultan de la identificación de los paisajes del ámbito territorial de la
Sierra Morena andaluza, el libro tiene, al menos, un doble interés general. Por
un lado, cristalizan en esta obra conceptos primordiales –escala, tipo, área,
variable, SIG, caracterización, cualificación– que conciernen a todo estudio de
paisaje, cuando este estudio se realiza en términos científicos, por lo que la obra
permite verificar la utilidad y la aplicación práctica de esas ‘palabras
clave’. Por otro lado, presenta y define un método de trabajo unitario
conducente a la caracterización de esos paisajes. Entre las bondades de este
método hay que señalar su aplicabilidad a ámbitos territoriales andaluces
distintos del de Sierra Morena, por lo que la publicación puede considerarse un
referente para estudios posteriores de caracterización paisajística. No en vano,
uno de los principales propósitos del proyecto es garantizar su fácil
replicabilidad, lo que indica de antemano el esfuerzo realizado en establecer
un consenso sobre el uso de una terminología y una metodología que sean
reconocidas como válidas por aquellas administraciones o investigadores que, en
el futuro, se decidan a abordar estudios de paisaje de estas características.
Esto es importante, ya que uno de los principales problemas de la elaboración
de cartografías de caracterización del paisaje es el de la dispersión
metodológica.
Tanto es así que el mismo nombre que encabeza el proyecto –‘Sistema Compartido’– alude a la necesidad de compartir los criterios que se invocan a la hora de acometer este tipo de cartografías, tanto en lo que se refiere al mismo método de trabajo, como al tipo de datos empleados o las leyendas de los mapas. Bajo la dirección científica de Florencio Zoido Naranjo, del Centro de Estudios Paisaje y Territorio, el equipo redactor lo conforma un grupo de profesionales y académicos de diferentes disciplinas, entre las que se encuentran la ingeniería, la arquitectura, la arqueología o la biología, aunque el peso recaiga en la geografía y los geógrafos. En su presentación, el libro recurre nada más empezar al Convenio Europeo del Paisaje firmado en Florencia en el año 2000, y a las Orientaciones para su aplicación, del año 2008. No se trata de una referencia retórica, sino, bien al contrario, de la apelación a un Convenio y a unas Orientaciones según las cuales las políticas de paisaje de los Estados que lo suscriben se sustentan en el conocimiento detallado de los paisajes propios, para lo cual cabe activar proyectos regionales de identificación, caracterización y cualificación de sus paisajes. Este esquema metodológico ‘tricolor’ expresa un principio elemental de los estudios modernos de paisaje, según el cual no basta con delimitar –identificar– y describir –caracterizar– los paisajes, sino que hace falta determinar los valores que la sociedad les atribuye –cualificación–.
Para todo ello se apuesta por el método LCA (Landscape Character Assesment) y el análisis estadístico multivariante para la clasificación del territorio. Ambas cosas permiten distinguir para el dominio territorial de Sierra Morena y los Pedroches unos tipos y unas áreas paisajísticas, a dos escalas de trabajo, subregional y comarcal. Para la identificación de los tipos paisajísticos se parte de un conjunto de variables de referencia, cuya elección y número varía si se trata de una escala subregional (altitud, litología, morfología, tipos climáticos, gradación antrópica de usos e intervisibilidad) o comarcal (altitud, pendiente, intervisibilidad, proyección visual, altura complementaria, litología, fisiografía, tamaño de parcela, asentamientos humanos y unidades fisionómicas). Para la identificación de las áreas a escala subregional, las variables se agrupan en tres bloques temáticos (clasificaciones previas de paisaje, demarcaciones históricas y límites administrativos), mientras que a escala comarcal las variables elegidas son seis (permanencias históricas, cuencas hidrográficas, estructura visual, términos municipales, montes públicos y unidades de paisaje). Como muestra de la exigencia que se espera de todo trabajo científico, a cada una de estas variables se dedica un apartado de justificación. El mismo cuidado ponen los autores en explicar el procedimiento metodológico –con su formulación matemática, si es preciso– por el cual se ha elaborado cada uno de los mapas de las variables seleccionadas.
Hay que decir que la integración de los datos de cada conjunto de variables para su examen y mapificación, se ha realizado mediante el uso eficaz de un Sistema de Información Geográfica. Esto demuestra, una vez más, la idoneidad de este conjunto de tecnología y técnicas informáticas a la hora de abordar la clasificación paisajística de un territorio y su necesaria representación cartográfica. Ahora bien, una de las claves del crédito de todo proyecto de inventario territorial con un afán de rigurosidad está en la confianza de los datos que componen las variables, cosa que en las Bases para la realización del SCIPA se resuelve trabajando con unos datos para los que se han seleccionado cuidadosamente sus fuentes. Es el caso, por ejemplo, de la variable de la clasificación previa del paisaje, para la que se han consultado cuatro fuentes bibliográficas, entre las que se encuentra el imprescindible Atlas de los Paisajes de España (2003). En otros casos se acude al Sistema de Ocupación del Suelo en España (SIOSE), de escala 1:10.000, o a la información territorial en formato digital que suministra la Junta de Andalucía, a través del Instituto de Estadística y Cartografía, cuyo esfuerzo de creación, recopilación y libre distribución de conjuntos de datos geográficos del territorio andaluz es reconocido en todos los ámbitos profesionales y académicos que se dedican en España al análisis territorial.
Siendo como es un trabajo que busca la objetividad a través del manejo experto de los datos geográficos, esto no impide que las Bases para la realización del SCIPA dediquen un capítulo a la consideración de lo que denominan ‘variables potenciales’, es decir las que se refieren al conjunto de información que refleja aspectos culturales de un territorio (toponimia, etnografía, patrimonio inmaterial), pero también a la cartografía histórica, las fuentes documentales, la estructura de los asentamientos humanos o la información cinegética. Esta información no siempre puede constituir por sí sola una variable, pero puede utilizarse como generadora de variables que revelan ciertos aspectos identitarios de un paisaje, permitiendo su diferenciación. Si bien no se contemplan en el proyecto actual, y pese a la dificultad que conlleva su materialización espacial y la creación de coberturas, los autores reconocen el gran valor informativo de tales fuentes, justificando su necesidad y poniendo las bases para su futura aplicación.
Finalmente, como muestra de su utilidad en relación con las políticas de paisaje entabladas por la Administración pública, la obra propone una estrategia general y unas medidas de intervención paisajística para cada una de las áreas de paisaje a escala comarcal, orientadas a preservar su calidad o a restituirla, según el caso. Como colofón, el último capítulo está consagrado a la propuesta de una metodología para la incorporación de las percepciones sociales en el inventario de paisaje. Con ello se pretende que tanto el Sistema Compartido de Información sobre el Paisaje de Andalucía como los proyectos de Sistemas Compartidos que puedan emprenderse en el futuro, puedan dar cabida a la participación ciudadana, lo que significa un reconocimiento explícito del hombre como un agente paisajístico de primer orden, y, por esto mismo, un reconocimiento de la necesidad de incorporarlo en la toma de decisiones territoriales.
Tanto es así que el mismo nombre que encabeza el proyecto –‘Sistema Compartido’– alude a la necesidad de compartir los criterios que se invocan a la hora de acometer este tipo de cartografías, tanto en lo que se refiere al mismo método de trabajo, como al tipo de datos empleados o las leyendas de los mapas. Bajo la dirección científica de Florencio Zoido Naranjo, del Centro de Estudios Paisaje y Territorio, el equipo redactor lo conforma un grupo de profesionales y académicos de diferentes disciplinas, entre las que se encuentran la ingeniería, la arquitectura, la arqueología o la biología, aunque el peso recaiga en la geografía y los geógrafos. En su presentación, el libro recurre nada más empezar al Convenio Europeo del Paisaje firmado en Florencia en el año 2000, y a las Orientaciones para su aplicación, del año 2008. No se trata de una referencia retórica, sino, bien al contrario, de la apelación a un Convenio y a unas Orientaciones según las cuales las políticas de paisaje de los Estados que lo suscriben se sustentan en el conocimiento detallado de los paisajes propios, para lo cual cabe activar proyectos regionales de identificación, caracterización y cualificación de sus paisajes. Este esquema metodológico ‘tricolor’ expresa un principio elemental de los estudios modernos de paisaje, según el cual no basta con delimitar –identificar– y describir –caracterizar– los paisajes, sino que hace falta determinar los valores que la sociedad les atribuye –cualificación–.
Para todo ello se apuesta por el método LCA (Landscape Character Assesment) y el análisis estadístico multivariante para la clasificación del territorio. Ambas cosas permiten distinguir para el dominio territorial de Sierra Morena y los Pedroches unos tipos y unas áreas paisajísticas, a dos escalas de trabajo, subregional y comarcal. Para la identificación de los tipos paisajísticos se parte de un conjunto de variables de referencia, cuya elección y número varía si se trata de una escala subregional (altitud, litología, morfología, tipos climáticos, gradación antrópica de usos e intervisibilidad) o comarcal (altitud, pendiente, intervisibilidad, proyección visual, altura complementaria, litología, fisiografía, tamaño de parcela, asentamientos humanos y unidades fisionómicas). Para la identificación de las áreas a escala subregional, las variables se agrupan en tres bloques temáticos (clasificaciones previas de paisaje, demarcaciones históricas y límites administrativos), mientras que a escala comarcal las variables elegidas son seis (permanencias históricas, cuencas hidrográficas, estructura visual, términos municipales, montes públicos y unidades de paisaje). Como muestra de la exigencia que se espera de todo trabajo científico, a cada una de estas variables se dedica un apartado de justificación. El mismo cuidado ponen los autores en explicar el procedimiento metodológico –con su formulación matemática, si es preciso– por el cual se ha elaborado cada uno de los mapas de las variables seleccionadas.
Hay que decir que la integración de los datos de cada conjunto de variables para su examen y mapificación, se ha realizado mediante el uso eficaz de un Sistema de Información Geográfica. Esto demuestra, una vez más, la idoneidad de este conjunto de tecnología y técnicas informáticas a la hora de abordar la clasificación paisajística de un territorio y su necesaria representación cartográfica. Ahora bien, una de las claves del crédito de todo proyecto de inventario territorial con un afán de rigurosidad está en la confianza de los datos que componen las variables, cosa que en las Bases para la realización del SCIPA se resuelve trabajando con unos datos para los que se han seleccionado cuidadosamente sus fuentes. Es el caso, por ejemplo, de la variable de la clasificación previa del paisaje, para la que se han consultado cuatro fuentes bibliográficas, entre las que se encuentra el imprescindible Atlas de los Paisajes de España (2003). En otros casos se acude al Sistema de Ocupación del Suelo en España (SIOSE), de escala 1:10.000, o a la información territorial en formato digital que suministra la Junta de Andalucía, a través del Instituto de Estadística y Cartografía, cuyo esfuerzo de creación, recopilación y libre distribución de conjuntos de datos geográficos del territorio andaluz es reconocido en todos los ámbitos profesionales y académicos que se dedican en España al análisis territorial.
Siendo como es un trabajo que busca la objetividad a través del manejo experto de los datos geográficos, esto no impide que las Bases para la realización del SCIPA dediquen un capítulo a la consideración de lo que denominan ‘variables potenciales’, es decir las que se refieren al conjunto de información que refleja aspectos culturales de un territorio (toponimia, etnografía, patrimonio inmaterial), pero también a la cartografía histórica, las fuentes documentales, la estructura de los asentamientos humanos o la información cinegética. Esta información no siempre puede constituir por sí sola una variable, pero puede utilizarse como generadora de variables que revelan ciertos aspectos identitarios de un paisaje, permitiendo su diferenciación. Si bien no se contemplan en el proyecto actual, y pese a la dificultad que conlleva su materialización espacial y la creación de coberturas, los autores reconocen el gran valor informativo de tales fuentes, justificando su necesidad y poniendo las bases para su futura aplicación.
Finalmente, como muestra de su utilidad en relación con las políticas de paisaje entabladas por la Administración pública, la obra propone una estrategia general y unas medidas de intervención paisajística para cada una de las áreas de paisaje a escala comarcal, orientadas a preservar su calidad o a restituirla, según el caso. Como colofón, el último capítulo está consagrado a la propuesta de una metodología para la incorporación de las percepciones sociales en el inventario de paisaje. Con ello se pretende que tanto el Sistema Compartido de Información sobre el Paisaje de Andalucía como los proyectos de Sistemas Compartidos que puedan emprenderse en el futuro, puedan dar cabida a la participación ciudadana, lo que significa un reconocimiento explícito del hombre como un agente paisajístico de primer orden, y, por esto mismo, un reconocimiento de la necesidad de incorporarlo en la toma de decisiones territoriales.
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