Té raó J. Maderuelo quan comenta la pobresa interpretativa i dubta de la pertinència de classificar els jardins històrics només des d’un punt de vista estilístic (jardins renaixentistes, barrocs, neoclàssics, romàntics…), sense tenir en compte que la forma i disposició dels jardins s’expliquen també per la geografia del lloc –en un sentit ample–, i fins i tot per l’existència d’un conjunt d’alegories, signes i metàfores que els historiadors de l’art no gosen o no són capaços d’interpretar. Tot al respecte, el text de J. Maderuelo (El paisaje. Génesis de un concepto, p. 183) diu el següent:
“Así, se clasifican habitualmente los jardines en renacentistas, barrocos, neoclásicos, románticos… sin que los historiadores que aceptan este tipo de categorías se cuestionen si éstos y otros términos más específicos que se suelen aplicar con bastante precisión para estudiar las obras pictóricas, literarias y arquitectónicas, son pertinentes para calificar unas construcciones que no sólo responden a condicionantes biológicos, climáticos, edáficos e hídricos que vienen determinados por su situación geográfica, sino que han desarrollado unos sistemas de alegorías, signos y metáforas que todavía hoy distan mucho de ser correctamente descifrados, y que condicionan la forma y disposición del jardín más que las tramas y figuras geométricas tomadas del mundo de la arquitectura”.
La nota a peu de pàgina diu: “Como muestra, basta mirar las peregrinas interpretaciones que se suelen hacer del Sacro Bosco de Bomarzo, en Viterbo, o, aún más cercano, el Parque Güell de Gaudí, en Barcelona”.
El mateix autor també adverteix una important mancança de la variable llum als estudis de paisatge, tot observant novament, amb molt encert, la necessitat de considerar la llum i els condicionants geogràfics que la distingeixen, en l’anàlisi del paisatge:
“Generalmente, cuando de solicita una enumeración de los elementos que intervienen en la composición de un paisaje, se suelen citar aquellos accidentes sólidos que se hallan más presentes a la vista, tales como montañas, árboles, mares, ríos o prados, y mut escasamente se menciona la luz. Esto se debe a que la luz no se asimila como un elemento constitutivo del paisaje, sino como el fenómeno que permite ver. Siempre que vemos hay luz y es a través de ella como vemos. Precisamente por esta razón, la luz, aquello que hace visible el mundo, es el elemento que permite que exista el paisaje. Sin embargo, la luz no configura el paisaje sólo por su condición de agente necesario de la visión, sino que sus cualidades cromáticas, intensidad, dirección, grado de difusión, dinámica de cambio, etcétera, constituyen algunos de los valores emocionales y plásticos más importantes de un paisaje. [el Sol y la Luna] no provocan los mismos efectos de iluminación en todas las latitudes, en todas las estaciones del año ni en todas las horas del día. Esto nos permite establecer cualidades cromáticas particulares que asignamos como propias de muchos entornos geográficos, tales como la ‘luz del norte’ o la del Mediterráneo
” (p. 143).“Así, se clasifican habitualmente los jardines en renacentistas, barrocos, neoclásicos, románticos… sin que los historiadores que aceptan este tipo de categorías se cuestionen si éstos y otros términos más específicos que se suelen aplicar con bastante precisión para estudiar las obras pictóricas, literarias y arquitectónicas, son pertinentes para calificar unas construcciones que no sólo responden a condicionantes biológicos, climáticos, edáficos e hídricos que vienen determinados por su situación geográfica, sino que han desarrollado unos sistemas de alegorías, signos y metáforas que todavía hoy distan mucho de ser correctamente descifrados, y que condicionan la forma y disposición del jardín más que las tramas y figuras geométricas tomadas del mundo de la arquitectura”.
La nota a peu de pàgina diu: “Como muestra, basta mirar las peregrinas interpretaciones que se suelen hacer del Sacro Bosco de Bomarzo, en Viterbo, o, aún más cercano, el Parque Güell de Gaudí, en Barcelona”.
El mateix autor també adverteix una important mancança de la variable llum als estudis de paisatge, tot observant novament, amb molt encert, la necessitat de considerar la llum i els condicionants geogràfics que la distingeixen, en l’anàlisi del paisatge:
“Generalmente, cuando de solicita una enumeración de los elementos que intervienen en la composición de un paisaje, se suelen citar aquellos accidentes sólidos que se hallan más presentes a la vista, tales como montañas, árboles, mares, ríos o prados, y mut escasamente se menciona la luz. Esto se debe a que la luz no se asimila como un elemento constitutivo del paisaje, sino como el fenómeno que permite ver. Siempre que vemos hay luz y es a través de ella como vemos. Precisamente por esta razón, la luz, aquello que hace visible el mundo, es el elemento que permite que exista el paisaje. Sin embargo, la luz no configura el paisaje sólo por su condición de agente necesario de la visión, sino que sus cualidades cromáticas, intensidad, dirección, grado de difusión, dinámica de cambio, etcétera, constituyen algunos de los valores emocionales y plásticos más importantes de un paisaje. [el Sol y la Luna] no provocan los mismos efectos de iluminación en todas las latitudes, en todas las estaciones del año ni en todas las horas del día. Esto nos permite establecer cualidades cromáticas particulares que asignamos como propias de muchos entornos geográficos, tales como la ‘luz del norte’ o la del Mediterráneo
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